6 de junio de 1808, las tropas napoleónicas se dirigen a Lérida y Zaragoza. A su paso, tienen orden de ocupar las ciudades barcelonesas de Manresa e Igualada, zonas estratégicas, y de momento avanzan sin resistencia. A la altura de El Bruc, a las faldas de Montserrat, son atacados por las guerrillas catalanas, inflamadas del espíritu del levantamiento del dos de mayo que inmortalizó Francisco de Goya. Los catalanes están en inferioridad numérica, pero han preparado bien la emboscada y cuentan con el factor sorpresa. Los oficiales franceses tocan retirada.
El 14 de junio los franceses fuerzan un segundo enfrentamiento. Los tercios catalanes, entre soldados y somatenes, siguen en inferioridad numérica y ya no cuentan con la sorpresa, pero ahora tienen artillería. Se consigue una segunda victoria y algo tal vez más importante; el mito de la invencibilidad de los ejércitos de Napoleón queda en entredicho. Los invasores serán rechazados.
Casi dos siglos después, El Bruc sigue siendo un hermoso pueblecito a las faldas de Montserrat, en la comarca barcelonesa de l’Anoia. Hace ya ocho años que los bruguenses celebran, el primer domingo de junio, “La festa del Timbaler” (Fiesta del Tamborilero) para recordar aquellos días de lucha en la guerra contra el francés.Es esta una fiesta joven, pero carismática, a la que acuden importantes grupos de recreación histórica, españoles y franceses, para reproducir la entrada de las tropas napoleónicas y su posterior rechazo por los campesinos y soldados catalanes, que cierran filas alrededor de la figura del joven tamborilero. Representa este tamborilero la sencillez de la gente de la tierra, su valor y su amor por la libertad.
Es esta una fiesta alegre, intensa, emotiva, que a través de la recreación de una batalla, celebra la hermandad de los pueblos entre éste y aquél lado de los Pirineos. Es decir, la simulación de la guerra se convierte en testimonio dinámico y palpable de la paz.
Es esta una batalla entrañable, jocosa, divertida, donde el humor es el soldado que más destaca. Dónde los franceses hacen aspavientos arrogantes, donde los catalanes provocan y burlan, donde los ojos pícaros y risueños de unos y otros quedan ineludiblemente grabados en la retina y reproducidos en el papel fotográfico. Una batalla donde todos son niños, donde resuenan las risas entre cañonazo y cañonazo, donde lo espontáneo irrumpe dando forma y color a las calles.Una batalla donde los caídos, de un bando y del otro, celebran la libertad y terminan brindando juntos, hermanos al fin.
Es esta una fiesta que celebrará en el 2008 el bicentenario de los hechos históricos que rememora, y lo hará, tan seguro como que la historia no miente, por todo lo alto.

Sergi Alvarez
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